Trató de encontrar su nombre en la primera letra de cada oración en cada nueva obra que él publicaba; intentaba formar anagramas en los que le declarara su amor por ella. A veces se sentía menos pretenciosa y se descubría aludida al ver nombrado en los escritos su color preferido. Otras veces se encontraba pesimista y pensaba que ella no era parte de su mundo, y se retiraba al desconsuelo.
Necesitaba una señal clara, una nota de puño y letra que, si no era mucho pedir, estuviera sellada con sangre. Una invitación formal al Italpark o al cinematógrafo o a cualquier otro lugar de esos que él nombraba en sus historias.
3 comentarios:
me gusta que escribas otra vez!
Sí, porque escribís lindo.
Ay, no me digan esas cosas que me sonrojo.
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