30.6.11

La lectora VI - Leyendo a Sara Gallardo

Lale se compenetró toda la tarde en la historia de Nefer. Sentía el clima agobiante del verano en su propia piel e, incluso, podía tocar las gotas de sudor que -imaginaba- corrían por su frente.

"Bueno resultó el casamiento de la Porota, cuando empezó su desgracia. Qué no iba a recordar la fiesta en casa, el día de calor, los asadores entre el galpón y el corral, el Negro llegando en el alazán que domaba. Había deseado el casamiento de la Porota por él, había cosido su vestido para él, y antes todavía, cuando el turco llegó con su carga de mercaderías, había elegido el género floreado porque pensó que a él le gustaría.
Poner remiendos en las bombachas rotas de sudor y roce de estriberas es feo; zurcir camisas es aburrido, pero el vestido, el vestido mil veces pensado, probado, deshecho y rehecho, con su forma definitiva apareciendo entre las manos, el vestido es otra cosa.
Recuerda cómo se dispuso a plancharlo, con qué atención llenó la plancha de brasas y la sacó al patio para que el aire las avivara."

Lale creía que las mujeres eran así, como Nefer: cuando el amor las moviliza, el trabajo no duele; todo lo que las mujeres hacen y piensan y planean tiene un sentido: ser mejor para su amor.
Al menos, eso era lo que Lale estaba viviendo: Suez ocupaba sus pensamientos segundo a minuto y minuto a hora. Si algo escribía, era para que Suez lo leyera. Si esperaba verlo, se ponía ropa de colores eléctricos, como para que la viese desde lejos y, al irse, la recordara sin problemas. Y se ponía el mismo perfume todos los días, para quedársele grabada también en sus papilas olfativas. Aunque por momentos Lale creía que jugar en un nivel subconsciente no iba a dar resultados a corto plazo, estaba segura de que, a futuro, resultaría inolvidable.
La historia de Nefer le dolía a Lale en el cuerpo, pero ella todavía estaba a tiempo de evitar cualquier desgracia.

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