Sarmiento decía que tenía dos
bibliotecas: una constituida por libros de su propiedad y otra por libros
ajenos.
Aunque desconozco si la anécdota
es verdadera o si se la adscribo a la persona correcta (bien podría ser de
Borges), es cierto que describe un mal de los bibliófilos: ¿quién no le ha
perdido el rastro a más de un libro? Y la contrapartida: todas esas personas
que se vanaglorian de ser honestas, ¿dirían que fueron víctimas de un ataque de
cleptomanía al reconocer en la propia biblioteca libros que no son de su
propiedad?
Comprendo que el amor por los
libros puede ser tan grande que uno arriesgaría perder un ejemplar querido con
tal de que otra persona descubriera la maravilla que halló. Qué importa, si
total sabe que se apropiará de la maravilla de otro.
Y es aquí donde reside, a mi
juicio, la razón principal para no devolver un libro: es una forma de atarte a
otra persona. Una persona que presta un libro es alguien de absoluta confianza
y que, al mismo tiempo, confía plenamente en quien recibe el préstamo. Una
persona con la que conviene trabar amistad por siempre. ¿Y qué mejor manera de
ligarse a una persona si no es a través de un objeto querido?
Devolver el libro es la oportunidad de reencontrarse y poder hablar acerca de eso que los une: la pasión por la lectura.
Devolver el libro es la oportunidad de reencontrarse y poder hablar acerca de eso que los une: la pasión por la lectura.