15.9.10

Dos meses para Don Pancho

Hay dados y dominós que juegan en la cabecera del morir,
para futuras evoluciones
Santiago Dabove
En la sala común del asilo, don Pancho tomaba un té. Eran sus últimos días y él lo sabía. No porque alguien se lo hubiera dicho, sino porque tenía esa certeza que todos los ancianos tienen antes de que les llegue su hora. Ese último momento de la vida en que las personas dejan el legado que las haga permanecer un poco más sobre la tierra.
Don Pancho era un anciano más, uno de los tantos abandonados por sus hijos en el asilo. Su vida no había sido extraordinaria: había trabajado siempre en la sodería, se enamoró de Marta, se casó, tuvo dos hijos, y cuando Marta murió y él se olvidó la llave de gas abierta, Juan Carlos y Jorge Luis dijeron que ya no podían dejarlo solo y que sería mejor para él si lo internaran.
La vida sólo le había dado un nieto, Eloy, al que veía cada dos meses, con suerte. Don Pancho se prometió esperar a que su nieto fuera a verlo para poder irse en paz de este mundo. Ya había pasado un mes y medio desde su última visita, así que no faltaría mucho para la próxima. Podrían jugar una partida de dominó, como siempre lo hacían, con ese juego de fichas de marfil que su propio padre le había regalado cuando era sólo un chico y que todavía conservaba. Había pensado en regalárselo a Eloy, porque le parecía que era hacer algo de justicia con su memoria.
Todas las tardes, Don Pancho se sentaba a tomar el té, sacaba el juego de dominó de su caja de madera y disponía las fichas para empezar a jugar. Era su forma de llamar a Eloy, y para él, esperarlo con el dominó en la mesa era ponerse su mejor traje.
La tarde pasaba, Don Pancho lustraba las fichas y a eso de las ocho las guardaba.
El día que se cumplían dos meses desde la última visita de Eloy, Don Pancho estaba ansioso y angustiado. Sabía que se acabaría todo. Se levantó temprano, se bañó, se afeitó, se puso ropa limpia y perfumada, porque respetaba mucho a la Muerte y creía que era una visita que había que recibir con honores. Como cuando el médico iba a su casa y Marta sacaba el juego de porcelana para tomar el té, ese que sus suegros les habían regalado el día de su casamiento.
Pensó en todas las cosas que iba a charlar con su nieto, de cómo le iba en la facultad, de que no se peleara tanto con Juan Carlos, de que le dijera a esa chica cuánto la quería, que nadie podía ofenderse por ser amado. Y pensó también en las solemnes palabras con las que le regalaría su dominó: "Eloy, nieto querido, llega un momento en la vida de los hombres...". Así hizo y deshizo sus palabras, sentado en la sala común. A las cinco, religiosamente, Don Pancho sacó las fichas y esperó a su nieto. Se hicieron las ocho, las nueve, las diez. Se quedó dormido en su silla hasta que la enfermera vino a despertarlo.
Al día siguiente, Don Pancho repitió el ritual del día anterior, seguro de que esta vez su nieto vendría a visitarlo, pero tampoco llegó.
Así pasó una semana, un mes, una vida.

14.9.10

Preguntas y respuestas

1. ¿Dónde estarán ahora las gotas de agua con las que te lavaste la cara esta mañana?

Teniendo en cuenta que las gotas de agua se desplazan a una velocidad promedio de 50 kms por hora y me lavé la cara a las 6 de la mañana, diría uqe deben estar llegando a Necochea.

2. ¿De qué color son los Bere-beres?

Los Bere-beres son vere-verdes manzana o amar-amarillos limón, o viole-violetas ciruela o cele-celestes ananá o naran-naranjas mandarina.

3. ¿Tiene experiencia previa?

Solía tener experiencia previa, pero la presté y no me la devolvieron más.

4. ¿Quién mete tanto ruido?

Tato mete tanto ruido. Tiene una ametralladora que ratatata tantas ratas, tararea una tarantela y atraganta a una tarántula.

5. ¿Qué piensan los sapos de las luciérnagas?

No sé si todos todos los sapos, pero Julio, que es el sapo que yo conozco, se enamoró una vez de una luciérnaga porque pensaba que era brillante. Ana, Anita era la luciérnaga. A Julio no paraba de darle vueltas por la cabeza, estaba deslumbrado por Anita. Pero Julio era muy celoso, no podía ni siquiera imaginar verla a Anita con un Luciérnago. Julio se iluminó: le confesó a Anita que era la luz de sus ojos, la única estrella en el cielo de sus pensamientos. Julio la invitó a Anita a pasear por el charco. Anita aceptó encantada, pero no se dan besos, no sea cuestión de que a Julio el amor le caiga pesado.

6. ¿Cómo es la guerra?

La guerra es muy servicial, sobre todo con su esgoso, el guerro y sus guequeños guerritos. La guerra se levanta por las mañanas, al desguntar el alba, y gregara el desayuno gara su familia. Calienta leche y tuesta el gan al que le gondrá manteca.
Cuando su esgoso y sus hijitos terminan de desyunar, la guerra acomoda los gagueles del trabajo del guerro, le da un beso y esguera a que se tome el colectivo.
Luego gregara las mochilas de los guerritos y los acongaña a la escuela.
Desgüés, la guerra arma sus gartituras y se va a clase de guiano.

7. ¿Quién se llevó el jarrón?

Pudo haber sido Pedro, porque su mochila pesaba más que de costumbre. También pudo haber sido Martín, porque vino sin hacer su trabajo: estuvo ocupado pensando cómo llevarse el jarrón. O pudo haber sido Bruno, que trajo galletitas, el clásico recurso de los estafadores: te distraen endulzándote el paladar pero mientras te engañan en tus narices. También pudo haber sido Matías, que llegó primero al taller para disipar cualquier sospecha. O pudo haber sido Natalia, que puso el agua del jarrón en la botellita y después me la dio para que me la tome y así borrar las pistas.
Pero seguro que yo no fui, porque ya tengo un jarrón en casa.