Lucía Ríos tenía 16 años, era alumna del tercer año del Liceo Víctor
Mercante y vivía en el barrio de Melchor Romero. Hace un año, aproximadamente,
Lucía había decidido terminar la relación con su novio, Gustavo, porque él era
violento y la maltrataba. Él la amenazó con matar a ella y a su familia. El 16
de septiembre del año pasado, Gustavo Arzamendia le disparó dos tiros por la
espalda y terminó con la vida de la adolescente. Luego, se escapó.
A veces, cuando hablamos de violencia de género y de femicidios, nos
quedamos en los números y en las estadísticas, que por cierto son alarmantes:
en lo que va del año, hasta el 17 de noviembre, asesinaron a 254 mujeres. La
mayoría de esos crímenes (casi un 90%) fueron cometidos por conocidos: en mayor
medida por las parejas de esas mujeres pero también por familiares o, como en
el caso de Lucía, por ex parejas. Pero me parece oportuno recordar que detrás
de cada número hay una mujer, que detrás de esas 254 mujeres había una familia,
una amiga, una compañera de colegio. Detrás de cada uno de esos asesinatos,
había una mujer soportando maltratos físicos, verbales, psicológicos, sexuales.
Y muchas veces, estas mujeres pidieron ayuda, denunciaron a sus atacantes, sin
embargo no fue suficiente para evitar que las mataran.
Gustavo Arzamendia era doce años mayor que Lucía. Tal vez alguno haya
pensado o expresado que “eso le pasó por estar con un hombre más grande”, y me
parece necesario detenernos también sobre este punto por un momento: ¿es la
mujer la culpable de su propio asesinato? ¿Es la víctima la que dispuso las
condiciones para que un hombre le arrebatara (porque sí, porque pudo) su vida?
Elijo recordar a Lucía porque es un caso que nos toca de cerca desde
muchos lugares y porque es un día para que pensemos no sólo en las mujeres que
toleran diariamente diversas formas de violencia machista, sino también en qué
estamos haciendo nosotros como comunidad y como individuos para revertir estas
situaciones. Cuando juzgamos a una compañera por cómo se viste o minimizamos su
opinión por un prejuicio, cuando le dicen a su novia qué tiene que hacer o con
quién puede juntarse, están manteniendo esta lógica. Y creo, profundamente, que
ustedes son jóvenes privilegiados, porque están viviendo un cambio de
mentalidad, están cuestionando lo que hasta hace algunos años se tomaba como
natural y no lo era. Aprovechen para preguntar, leer, cuestionar y, por sobre
todo, actuar desde el amor, el respeto y la honestidad, siempre y en cualquier
circunstancia.